lunes, 25 de agosto de 2008

MI EXPERIENCIA DE DESPERTAR ESPIRITUAL

UNA EXPERIENCIA DE DESPERTAR ESPIRITUAL:

A continuación voy a tratar de contar la experiencia que comencé a vivir o que se desencadenó en mí, en el año 1989 y que fue para mí el comienzo de mi despertar espiritual o mi despliegue kundalini, aunque yo por entonces no sabía nada sobre esto, ni comprendía nada de lo que estaba sucediéndome. Lo único que sentía es que, después de aquello, ya nunca volvería a ser la misma. Ante mí se abría un camino desconocido en el que yo debía ir escribiendo según fueran las elecciones que realizara en el futuro. Se trataba de un camino en el que se apostaba en la búsqueda de respuestas…de un sentido de vida, o por el contrario, de un camino hacia ninguna parte… Gracias a Dios, el resultado fue en la primera dirección.
Todo comenzó al dar a luz a mi segundo hijo. Un mes antes, había cumplido 27 años. Allí me encontraba yo, dando a luz mi nuevo tesoro…, consciente, contenta y muy agradecida porque todo había salido bien. Recuerdo haber rezado una oración de gracias, cuando lo oí llorar y me dijeron que estaba perfectamente. Esa noche, ya en la habitación del hospital, miraba a mi hijo, como dormía en su cunita y me sentía muy feliz y satisfecha de haber tenido a aquella criatura. A la noche siguiente de dar a luz, empecé a sentir una especie de temblor por todo el cuerpo que me desconcertaba.
Estaba tumbada en la cama y la cabeza, el cuello y el cuerpo se me movían solos, como si una corriente eléctrica me estuviera atravesando. Era una sensación horrorosa, agobiante, hasta la enfermera, al comentárselo y observar mi temblor, me recomendó que fuese al neurólogo en cuanto pudiera. Ahora puedo asegurar que se trataba del despertar de mi energía kundalini, el tiempo y la experiencia me lo han corroborado. Pero entonces no sabía nada de eso y el sufrimiento y el desconcierto eran enormes. Al cabo de 8 años de búsqueda y de experimentar aquel despliegue de síntomas, a temporadas, descubrí que esa energía existía y era la causa de los estragos y molestias de lo más variado, que había estado padeciendo los años anteriores. Ya de regreso a casa, con una extraña sensación de vacío y los nervios disparados me sentía muy mal.
A la tercera noche aproximadamente del parto, me quedé dormida, pero enseguida el pequeño me despertó para su toma y fue como despertar en la irrealidad. Tuve mi primera crisis de pánico. Estaba desconcertada, no sabía lo que me estaba pasando, pero yo me sentía morir…Esa noche se me hizo larguísima. La soledad más atroz que jamás había podido sentir y atenazada por un miedo nunca antes conocido por mí. No podía parar quieta en la pequeña sala de la casa, dando vueltas de aquí para allá. Tengo que decir que me encontraba sola por motivos de trabajo de mi marido y la casa era un chalet en el que tenía que salir y recorrer un buen trecho si quería pedir ayuda…Además era el mes de Marzo y hacía un viento muy fuerte, ensordecedor, que hacía sentir mucho más la soledad y el aislamiento. La angustia y la ansiedad se habían apoderado de mí y me sentía como un animal enjaulado que no sabía cómo salir de ese estado de terror. Estuve así toda la noche. Nunca más volvería a ser la misma después de haber conocido aquellas sensaciones tan desagradables. Desde el domingo por la noche que me ocurrió eso, hasta llegar al siguiente fin de semana que venía mi marido, no sé cómo pude pasar la semana. Comencé a vomitar, tener diarreas, no podía tragar bocado, estaba como mareada, mi organismo no retenía nada. Me obligaba a beber suero hecho con bicarbonato, limón, sal y azúcar, para recuperar los iones perdidos por la deshidratación.
Estaba dando el pecho a mi hijo, pero se me retiró. Adelgacé los diez kilos que había engordado con el embarazo y la lactancia, los perdí en una semana. Tenía que cuidar a los críos pero me sentía incapaz de cuidarme a mí misma, el cuerpo no me respondía y apenas si podía conciliar el sueño por la noche. Tenía un estado hipernervioso que no me dejaba llevar una vida normal, ni siquiera realizar las funciones vitales más básicas. No paraba de llorar, los nervios me podían, las crisis de ansiedad continuaron esa semana. Por la mañana era lo peor, o si me despertaba por la noche también. Ante el panorama que tenía enfrente, con dos niños pequeños y sin ver solución a aquel estado, muy al contrario, fui consciente de que yo sola no podría recuperarme de aquello y decidí irme a casa de mis padres, que estaban en otra provincia.
Cuando vino mi marido el fin de semana, yo no paraba de llorar, le pedí urgentemente que nos llevase a casa de mis padres.
Yo temía por mi cordura, sentía que había perdido el control sobre mi cuerpo, que éste no respondía a mi voluntad, mis emociones estaban desbordadas por la tristeza y me daba miedo perder el control sobre mi mente, que se llenaba de contenidos pesimistas y de miedo por todo. Era incapacitante. Me venían a la cabeza casos de mujeres que habían caído en depresiones muy graves tras haber dado a luz. Gracias a Dios la decisión de marcharme con los niños a casa de mis padres fue la correcta, allí comenzó mi recuperación. Muy lentamente, pero el amor y la seguridad de la que me rodearon mis familiares era la mejor medicina que podía recibir. No sólo sentir su amor, sino también sus delicados cuidados, ayudó a restablecer mi cuerpo y a dar ánimo a mi espíritu.
Recuerdo a mi madre subirme el desayuno a la cama y estar pendiente de mi alimentación y de mi persona. Me cuidaron a mí y me ayudaron a que yo cuidara a mis hijos. Yo sola sé que no hubiera podido salir de ese estado. Me emociono al recordarlo. Había perdido el gusto por todo, estaba invadida por una tristeza que no me dejaba disfrutar de nada, la vida me parecía carente de sentido. Miraba a mi pequeño hijo, en su canastillo, y pensaba para mí: “pobrecico mío, no sé para qué ha venido a esta vida llena de sufrimiento absurdo…” Cada poco estaba llorando, jamás había visto la vida con la tristeza tan inmensa que tenía ahora.
Cualquier cosa triste o cualquier problema, yo lo veía aumentado como si fuese algo insalvable. Los sufrimientos, desgracia o problemas que tuvieran los demás, a mí me llegaban al alma y me dolían con una intensidad desconocida para mí hasta entonces. Comenzaba a hacerme las preguntas existenciales más importantes que puede hacerse un ser humano. Si aparentemente yo lo tenía todo…mi marido…mis hijos…mi familia…todo…¿Qué me ocurría?¿cómo podía estar así?¿por qué me dolía todo tanto?¿para qué había venido a la vida? ¿por qué nacíamos?¿por qué había tantas diferencias morales y circunstanciales entre los seres humanos ya desde el nacimiento?¿por qué algunos venían en unas condiciones lamentables desde su nacimiento? ¿por qué seres inocentes nacían enfermos o con problemas? ¿por qué teníamos que sufrir’ ¿por qué teníamos que sufrir la pérdida de nuestros seres queridos? ¿ por qué teníamos que morir? ¿qué pasaba después de la muerte?...
En fin, todo el repertorio de preguntas que nos hacemos los seres humanos cuando empezamos a despertar espiritualmente y a tomar conciencia de las cuestiones existenciales que en algún momento de nuestra vida tendremos que hacernos…bueno eso si estamos maduros para hacérnoslas…
Yo nací creyente, desde pequeña ya hacía mis peticiones y “conversaciones” a solas con Dios. Pero ahora ese Dios que me habían enseñado y que yo nunca me había cuestionado, se me había quedado pequeño para contestar a las nuevas inquietudes y preguntas que nacían de mi interior. Necesitaba encontrar un sentido a todo este caos que yo percibía en esos momentos o me costaría mucho recuperarme y recobrar de nuevo mi alegría. Pensaba para mis adentros que yo creía en Algo Superior, de alguna manera siempre había sentido Su existencia, pero ya no podía creer que Dios pudiera repartir la suerte o la desgracia de forma arbitraria.
Algo se me escapaba y yo quería encontrar qué era… Algunas noches me despertaba con tanto desasosiego y ansiedad, que pensaba para mí: “madre mía Señor…¡Cómo tenga que estar así (tan triste y con la extraña sensación de vacío que ahora tenía) el resto de mi vida, estoy apañada…! Pensaba que no iba a salir nunca de ese estado tan doliente y raro que me embargaba. Recuerdo que a los dos meses de haber dado a luz, leer una novela (la lectura ha sido y sigue siendo mi pasión), fue para mí todo un logro, no es que tuviese un disfrute enorme con su lectura, pero fue una prueba de que podía enfocar mi mente en una actividad que necesitaba mi atención intelectual. El tiempo lo ocupaba con actividades “ligeras”, esas que no requieren pensar mucho (de hecho la mente ya se encargaba por sí sola de hacerlo), atendía a los niños, hacía actividades cotidianas de limpieza, sacaba a los niños de paseo junto a mi hermana (mis hermanas...seres primordiales para mí). Mis familiares no entendían mucho mi estado, es algo que no se puede entender si no se pasa, pero yo sentía que por encima de todo me querían mucho y se volcaba en contribuir a mi restablecimiento. Me daban palabras de ánimo y me ofrecían todo el tiempo del mundo…esto es, no me metían prisa ni mostraban impaciencia por la recuperación de mi antiguo ánimo.
Al cabo de tres meses de estancia con mi familia, ya me iba encontrando con más fuerzas para pensar en regresar a mi casa. Había dentro de mí un impulso que me empujaba a seguir con coraje. Quería volver a ser la persona que era antes decidida y valiente y ponía todo el empeño de que era capaz para conseguirlo. El tiempo que permanecí en casa de mis padres hice todo lo posible para recuperarme y me conciencié que tenía que volver a casa, debía ponerme a prueba para ver si podía estar nuevamente sola. Al fin y al cabo el trabajo que tenía mi marido era de estar muchos días fuera de casa y así iba a ser toda nuestra vida, con lo cual, cuanto antes me enfrentase con la prueba antes me sobrepondría. El estado nervioso que se había despertado en mí con el parto de mi hijo, continuó con sus distintos altibajos los años venideros. Lo que podía hacer por mi parte era seguir incorporándome a la vida, cuidar a mis hijos, realizar mis tareas cotidianas, estar con mi marido, lidiar con mis nervios con la paciencia que pudiese, tomar algún ansiolítico sólo de manera puntual, cuando los necesitase realmente, y tratar de alimentarme bien. Nunca quise depender de medicamentos, pero no niego que en determinados momentos, fue una bendición que existiesen.
La alimentación llegó casi a convertirse en una obsesión, en las épocas que estaban funcionando las “energías”, perdía el apetito, me angustiaba adelgazar y quedarme floja. Me decía a mí misma que tenía que estar fuerte para cuidar a mis dos pequeños que tanto me necesitaban en esos momentos. Así que tomaba mis vitaminas a temporadas, alimentos nutritivos y sanos, frutas, aunque fuese en poca cantidad… Pienso que dedicarme a los niños fue fundamental para mi recuperación. Por un lado me producía cierto estrés la responsabilidad que tenía con ellos y el miedo a caer mala y no poder hacerlo (desde la depresión me sentía muy vulnerable). Por otra parte la obligación de cuidarlos y seguir con sus necesidades rutinarias de cada día, me hacían olvidarme de mí, tenía que salir “por narices” de mí misma, sus necesidades y el orden que necesitaban (sus baños, sus comidas, su cole, sus paseos, sus juegos…) no me daban tregua. Las crisis de ansiedad venían de cuando en cuando, me tomaba un ansiolítico, me fumaba un cigarro (hace ya muchos años que superé este hábito) y la tranquilidad volvía poco a poco. La respiración y la mente iban dejando de estar agitadas y volviendo a lo suyo ¡Qué desconcertantes eran esas crisis! Cuando estaba tan tranquila y me había olvidado de ellas, me aparecía una sin más, por cualquier cosa que despertase alguna “tecla” de miedo en mi inconsciente…cualquier insignificancia que me hiciese anticipar algún peligro o miedo imaginario. Puede que para mí haya sido lo más molesto en este proceso: el lidiar con los contenidos mentales de miedo.
En lo físico ya sabemos que produce cambios y diversas molestias que cursan como dolores en diversas partes del cuerpo. Van desde diarreas, pérdidas de apetito, dolores agudos en la zona anal, temblores, nervios desatados…En lo emocional, uno tiene las emociones a flor de piel, con una intensidad desbordante, así que tanto la tristeza como el miedo pueden ser tan desconcertantes, inundando toda la personalidad. Y en cuanto a lo mental, para mí casi era lo peor, los pensamientos se agolpaban sin tregua, aún sabiendo que eran absurdos, pero era una impotencia no poder pararlos ni poder luchar contra ellos, pues en ese caso se afianzaban. Pensamientos que eran capaz de paralizarme del terror que me producían, de saber que sólo estaban dentro de mi cabeza, pero que yo no tenía control sobre ellos, no se podían “quitar con una cirugía” y no sabía cómo desembarazarme de los mismos, y que para más INRI desembocaban en la sensación de pánico, con lo cual quedaba rematada... Con el tiempo, la búsqueda, el autoconocimiento…descubrí que no se puede luchar contra los pensamientos y su correspondiente carga emocional, sino aceptarlos… dejarlos estar…no huir…no hacer nada…dejarlos que se “paseen” por el cuerpo…no significan nada. Claro esto es un proceso que lleva su tiempo y disciplina, que no se puede hacer de la noche a la mañana, tal como nosotros quisiéramos.
También en esos períodos los cambios de temperatura que experimentaba mi cuerpo eran desconcertantes, lo mismo era presa de un frío que me hacía temblar…que el calor que despedía mi cuerpo era notado incluso por otras personas que estuvieran cerca, pero siempre la temperatura real que marcaba el termómetro (cuando me lo ponía para comprobarla), era la considerada como normal. Los sonidos de “siseo”, zumbido o pitidos en los oídos, también aparecían en los momentos que la energía estaba funcionando más activamente.
En esa época y en determinados momentos volvían a mi cabeza las viejas preguntas existenciales y a la vez no sé por qué, iba gestándose en mí la posibilidad de la reencarnación como respuesta. No había oído hablar de ella mucho y las pocas veces que lo había hecho era sobre reencarnación en animales…eso de reencarnarse en animales no me convencía a mí mucho, pero lo de venir aquí en sucesivas vidas como sistema de aprendizaje y evolución, parecía “calarme” mejor…podía ser una posible explicación a muchas de las cuestiones que habían aparecido inquietándome el espíritu. Aunque el mecanismo seguía sin entenderlo. Busqué en algunos libros que prometían dar respuestas, pero volvían a “rizar el rizo” y a explicar las cosas, en las que yo había perdido la fe, de otra manera. Yo seguía sin encontrar lógica, algo que me explicase de una manera coherente la dinámica de la vida.
¡Lo siento!¡No me servía el dogma!...O lo entendía o no lo entendía. No podía engañarme a mí misma. O me daban argumentos razonables con sentido común, que me explicasen, aunque fuesen de manera abstracta, el sentido de la vida que a mí me convenciera y me contestara las preguntas que hervían en mi interior…, o yo seguía impertérrita antes los viejos argumentos. Así transcurrieron unos años. Yo iba recuperándome, resignándome a las molestias cíclicas de la energía e
intentando acostumbrarme a las fastidiosas sensaciones que se derivaban de ella.
A la vez continuaba con una tímida búsqueda espiritual, que también me causaba mucho respeto. En mis manos caían alguno libros que me producían zozobra, puesto que tenía que cambiar creencias viejas y pautas mentales que ya no ayudaban. Eso crea mucha inseguridad. Era una búsqueda por iniciativa propia, aquí no existían guías ni directores externos, algo en mí interior no permitía que aceptara nada que no pasase por mi cedazo interno. Reconozco haber sido muy cauta en la búsqueda, un sexto sentido me avisaba de que en esos momentos las personas somos muy vulnerables y que existe un peligro
real a la hora de iniciar la el camino de búsqueda. Tuve una vigilancia especial en discernir todo lo que me “oliese” a sectario. Quizás por ello mi búsqueda la hice muy individual, sin grupos, ni directores. Aunque eso, no me libró de tener muchas tribulaciones a la hora de cambiar por dentro y de aceptar ideas nuevas, pues a pesar de “sentir que por ahí iban los tiros…” en muchas enseñanzas que iba encontrándome en la búsqueda, notaba como si anduviese por arenas movedizas, como si me estuviera “saliendo del tiesto”, porque los demás a tu alrededor no cambian sus ideas, siguen con sus creencias de siempre (que antes eran las mías) y están tan a gusto con ellas. Encima, una debía ser cauta a la hora de manifestar lo que ahora estaba sintiendo, pensando y aprendiendo, so pena de quedar como “pasada de tuerca” ante los ojos de los demás. No puedo dejar de sonreír al recordar esta situación. Los que han pasado, o están pasando, por esto, saben de qué hablo.
Para suerte mía, di con los libros de Edgar Cayce, y era ideal la manera de tratar los temas que yo necesitaba conocer. Comenzaba a forjarme una filosofía de vida. Leí, o mejor dicho “devoré” muchos libros de temas variados y de otras filosofías y religiones, quería conocer, necesitaba saber, comprender…y la esperanza y un sentido de por qué ocurren las cosas, iba dándome una especie de aceptación o comprensión que eran vitales para mí. Aún seguía con los ciclos molestos, en los que tenía las emociones a flor de piel y toda la sarta de síntomas desagradables, a los cuales más que acostumbrarme, había aprendido a resignarme, pensaba que a mí me sucedía eso y que tenía que aceptarlo. “Algún día desaparecerían…”, me decía para mis adentros. Mientras intentaba aplicar los nuevos conocimientos en mi vida cotidiana y me esforzaba en ser mejor por dentro. Me disciplinaba mucho en no juzgar a los demás e intentar ponerme en su lugar..¿Qué sabía yo lo que esa persona había tenido que pasar…?. Aún no sabía de qué se trataban esas sensaciones molestas que se me habían desencadenado con el parto.
Sin embargo, mi rodaje en el camino ya era imparable…A los cuatro años de mi despliegue personal, cuando ya me encontraba mucho mejor y la búsqueda espiritual iba dando sus frutos, sucedió algo en la familia, que no viene a cuenta relatar, pero que supuso unos momentos muy difíciles para la familia. Aquí no me quedó otra opción que consagrarme en
cuerpo y alma a solventar aquel problema. Me tuve que trascender a mí misma, olvidarme de mi proceso, que se iba desarrollando en silencio, y acudir a la situación dura, que había venido a la familia y que duraría muchos años.
Así pasaron unos años con mucho sacrificio y dedicación, hasta que en Marzo de 1997 tuve la siguiente experiencia en un estado de duermevela, aunque puede asegurar que estaba bien despierta en el momento de decidirme a dejarme llevar… Copio con exactitud la descripción que hice de ella unos años después para contarla a una persona:
“En Marzo de 1997 pasó lo siguiente: estaba quedándome dormida, en una siesta, y de pronto me sobresaltó el ruido o zumbido como de cables eléctricos, a la vez que una especie de agujero o redondel, azul oscuro con destellitos blancos (semejante a un cielo lleno de estrellitas tintineantes), me absorbía. El agujero no es que fuera muy grande, pero yo “sentía” que cabía por él. Se me encogió el estómago por el miedo, y me desperté, tomé conciencia de que estaba en la siesta, de que mi marido estaba a mi lado durmiendo y de que aquello que me estaba sucediendo era un hecho “raro”. Yo por aquel entonces me sentía desanimada y abatida por ciertos acontecimientos duros, pasados en los años anteriores y que continuaban. A pesar de ser creyente y de haberle dado un sentido espiritual y vital, a tales acontecimientos, la verdad es que me sentía muy cansada y necesitaba saber más, comprender más…, así que a pesar del miedo que me había contraído el estómago, al encontrarme ante aquella experiencia “rara”, me dispuse a dejarme llevar, era como dar mi consentimiento de forma consciente a “aquello”. Quería “ver” lo que había en ese lugar que me atraía hacia sí. Me relajé y mentalmente pedí con firmeza y mucha Fe: “¡Jesús, acompáñame!”. Aquello, me atrajo hacia sí y me absorbió. No recuerdo lo que sucedió allí. Lo único que recuerdo es que volví a tomar conciencia de nuevo y a sentir y ver, no con los ojos físicos, cómo una ráfaga de energía, color naranja-fuego, subía por mi columna vertebral y salía por mi coronilla en forma de palmera de fuegos artificiales. Tras aquello, estuve una temporada, muy nerviosa y llorona, también tenía momentos de entusiasmo, de felicidad, de beatitud, de éxtasis… “Entendí” muchas cosas de mi vida, sentí un Amor muy grande, hacia mí misma y hacia todos los seres humanos, y como pude aguanté el tipo, para mantenerme ecuánime; pues aún sin saber ni recordar lo que había pasado, sentía que había sido una experiencia personal-espiritual muy fuerte.
A raíz de ahí me “encajaron” muchas cosas que yo me había preguntado y que disolvieron en mi interior un montón de bloqueos, con los que siempre había cargado y de los que no era consciente.
Unos días después, por “casualidad” supe cómo se llamaba esa energía que había atravesado mi columna, y de alguna manera deduzco o imagino lo que pudo suceder allí, aunque claro, no puedo asegurar nada.
A veces me pregunto ¿Dónde estuve, aunque fuese sin mi cuerpo físico?¿Qué pasó allí?...aunque siento mucha curiosidad por aquel episodio, también me da mucho respeto. Pienso que el que yo no recordase lo que sucedió en ese lugar o plano o lo que sea, fue como una especie de protección en esos momentos, ya que yo no estaba preparada para los acontecimientos que aún me quedaban por pasar en los años siguientes, y que fueron bastante duros, desde una enfermedad que pudo ser mortal (aunque se cogió a tiempo) a la continuidad de los acontecimientos que venían desarrollándose en la familia desde años anteriores. Ahora me estoy recuperando de las secuelas de todo lo vivido, del alto coste emocional, mental y físico, que tuve que invertir en las circunstancias que me tocaron vivir en la década de mis 30 años, y de cuyos bloqueos y traumas, estoy trabajando actualmente”. Así fue como la escribía unos tres años después de tenerla.
Siempre siento un cierto pudor por contar estas cosas, pero no puedo separar mi sentir espiritual de mi vida cotidiana, aunque a la hora de contarlo haya sido siempre bastante cauta, por la mala prensa que tienen estos temas entre algunas personas.
De todas formas esta experiencia fue para mí un antes y un después en mi vida. Fue muy… muy IMPORTANTE para mí. Ahora sentía que el CIELO estaba en la tierra, que era un estado mental. Aprendí y sentí una serie de emociones de conexión, de éxtasis, de amor…que a veces pienso, que si ese estado de consciencia hubiese durado mucho tiempo, con la intensidad que tenía, el pecho se me hubiese derretido de sentir tanto y tanto Amor. En fin, empezaba otra etapa nueva para mí, llena de Esperanza renovada. De entendimiento. No podría describir las sensaciones y la nueva perspectiva que se había abierto en vida y que yo tanto necesitaba.
Sería otro capítulo para escribir y de momento pienso que contar los años anteriores a esto, en los que tuve que pasar tantas sensaciones desagradables, sin saber lo que me estaba ocurriendo, es suficiente por ahora. No sé, quizás hubiese sido más llevadero para mí, más fácil, si alguien me hubiese sugerido que esta energía existía y que producía ciertos estragos…pero no obstante, gracias a Dios, fui en búsqueda de “Algo” a lo que pudiese aferrarme y me diese sentido de vida para poder seguir. Y gracias a Dios, esa búsqueda y tesón, dieron sus frutos.

“Por casualidad” justo a la semana de haber tenido la experiencia, en un expositor de libros, encontré un libro que tenía en la portada un dibujo de la misma energía que yo había “visto” en estado de duermevela. ¡Vaya sorpresa! Ahora se abría para mí una nueva dimensión de búsqueda y estudio. La energía se llamaba en sánscrito, energía de kundalini. Es la energía que proviene de la Madre Tierra, de la materia, o aspecto femenino de Dios. Después indagando descubrí que en las enseñanzas espirituales que a los occidentales se nos había transmitido, aparecía con el nombre de Fuego. Me interesé mucho por experiencias que habían pasado otros buscadores espirituales de todos los tiempos, todas eran similares, tenían algunas variaciones particulares, propias de la personalidad que tuviera cada uno, pero la esencia y el desarrollo eran similares.
En los años posteriores tuve que sufrir experiencias bastantes duras en mi vida, además de las que venían produciéndose de años anteriores, pero “ALGO” muy fuerte se había anclado en mi interior que ya jamás me ha abandonado. Y que a pesar de todo, ya no se ha ido de mí una alegría interna que me hace sentir una persona muy afortunada. La Vida tiene para mí un enorme sentido y yo quiero contribuir con mi trabajo para la Ella.
Las molestas sensaciones que conlleva esta energía se han seguido dando, pero ya no es lo mismo, yo ya tengo la certeza de su existencia: ESTA ENERGÍA EXISTE.
El tiempo y la disciplina me han ido enseñando a manejarme con ella, no siempre es fácil. A veces la intensidad con que se manifiesta me dificulta pensar, utilizar la mente para mantenerme ecuánime en el AHORA. Es entonces cuando tengo que recurrir con más fuerza a la FE, que gracias a Dios, también ha crecido y se ha hecho más fuerte. Ahora puedo abandonarme en MI DIVINA PRESENCIA, en mi SER amado, sin pensar… tengo todo el tiempo del mundo…debo aplicar y disciplinarme en la bendita PACIENCIA…“Yo no tengo que hacer nada”…Porque Todo ya está hecho.

Ahora sólo transmitir a las queridas personas que están pasando por esto y que están contribuyendo con su esfuerzo a aliviar el sufrimiento de la Tierra y a elevar la rata vibratoria de cada uno de sus átomos, aunque algunas no sean conscientes de ello, que las amo con toda mi alma, que las comprendo y que les daría un abrazo muy amoroso, desde lo más valioso que poseo en mi interior: Nuestro Ser…nuestro Cristo interno.
Con todo mi AMOR para cada uno de vosotros que sabéis de qué hablo.


M.CARMEN

Febrero de 2004